jueves, 10 de octubre de 2013

De museos eclesiásticos y modas culturales...

Museo del convento de las Dueñas, Salamanca
En la gestión cultural, como en todos los campos de nuestra sociedad caprichosa, existe una gran dependencia de la moda, cultural pero moda al fin y al cabo. Podemos hablar de it museos, gestores tendencia, propuestas de nueva temporada, pero también de colecciones pasadas de moda. En este campo cada vez es más habitual enmarcar los museos de arte sacro, centros alejados de las agendas culturales y en muchos casos denostados por gestores y público.

Ante esta realidad cabe preguntarse ¿Es una moda pasajera o existe un riesgo de sostenimiento de los museos de la Iglesia? Como casi siempre la respuesta no es cerrada, cierto es que las modas cambian y en nuestra sociedad de consumo una gran masa se mueve por los criterios de los gurús del mundillo- ¿Cuántos centros han puesto en marcha RRSS sin saber para que ni cómo usarlas, solo por que el resto lo hacen?-. Pero el problema principal está en los propios museos, anclados en un modelo que les resta atractivo y competitividad.

La visita a un museo catedralicio, diocesano o conventual  se identifica con una sucesión de piezas, en ocasiones sin señalar, testimonio del esplendor artístico y patrimonial de una comunidad eclesial que se presentan al visitante para su admiración. Se trata de museos-tesoro, la adaptación de los antiguos tesoros catedralicios que ahora pueden ser visitados, pero ¿qué ofrecen al visitante? Cada día la demanda del público cultural es más amplia -deleite, información, aprendizaje, entretenimiento- y esto no puede obviarse a la hora de abrir a las visitas un museo.

¿Pueden vivir los museos eclesiásticos del mero deleite de sus joyas patrimoniales? difícilmente. Cada vez son más los museos de este tipo: comunidades de clausura que buscan ingresos para sus exiguos conventos, diócesis que acumulan patrimonio rural o catedrales que buscan financiación para su conservación. Y todos ellos acaban ofreciendo una oferta idéntica: ajuares litúrgicos en desuso, pintura y escultura de temática religiosa, y en el menor de los casos algo de historia del lugar que se visita. Una oferta reiterativa que no siempre atrae a los turistas, que suelen primar el museo del templo mayor de la ciudad y casi por ser visita obligada en cualquier excursión cultural, y que a penas despierta el interés de los conciudadanos.

Santa Margarita, Zurbarán.
La respuesta fácil a toda esta problemática: la crisis - la falta de inversión, los recursos escasos, las dificultades de las comunidades o la falta de apoyo institucional- pero realmente lo que le resta atractivo a este tipo de museos convirtiéndolos en modelos reiterativos es la falta de discurso. ¿Hablan los museos catedralicios de la evolución del templo? Aunque por lo general no,  la respuesta natural sería sí pues siendo el museo de la Catedral debiera contar su historia, su evolución, el papel en la historia de la ciudad, los artistas que han participado, como se ha creado su patrimonio, etc. Apostando por un discurso cada museo será diferente, no será lo mismo la evolución de la Catedral de Sevilla que la de Salamanca, ni el rol de sus cabildos en la evolución de la ciudad. En nada se parecerá un convento de predicadores al de monjas dedicadas al bordado ni estas a un convento de dueñas nobles.

Pero aun se puede ir más lejos, las colecciones eclesiásticas hablan de mucho más que su institución titular. Hablan de la evolución de la sociedad, de las costumbres, de artesanía, de música, de industria. Las santas mártires retratadas por Zurbarán, obras de arte sacro, han servido para montar una de las exposiciones más comentadas del último año, uniendo pintura barroca y moda contemporánea. Un esfuerzo de gestión  que demuestra que dotar de discurso a las colecciones multiplica exponencialmente la riqueza cultural del patrimonio, generando: deleite, información, conocimiento, aprendizaje y entretenimiento.

Un museo catedralicio difícilmente podrá ser uno de los centros de moda del panorama cultural -como también les ocurre a los museos de Bellas Artes o los provinciales- pero si puede ser atractivo y competitivo, despertando el interés de propios y extraños. Si con una buena gestión en EEUU hay museos hasta de pisapapeles, malo será que nosotros no seamos capaces de aprovechar auténticas joyas patrimoniales…